Nos acercamos para visitarla justo cuando el invierno comenzaba a despedirse. Sin planificarlo, fuimos testigos del cambio que Ushuaia experimenta cada vez que la estación más fría del año la abandona y da paso a días más largos y temperaturas más amenas. Pudimos apreciar cómo recuperaba su vitalidad, se sacudía los vestigios de la blancura que el invierno cargó sobre su geografía y logramos disfrutarla en todo su esplendor. Pero no nos apresuremos y empecemos por el principio.
Crónica al sur del sur
Al llegar, contemplamos a lo lejos las aguas de la bahía y descubrimos cómo las típicas construcciones que pueblan el camino le imprimen un color inusual al paisaje.
Desde la ventana de mi habitación en el Hotel Las Hayas, podía asegurar que esos manchones de nieve impoluta que se acomodan sobre los techos, los buzones y las copas de los árboles, no se habían hecho eco del fin del invierno. Pero no importa porque le aportan un toque de distinción al paisaje, así que nos abrigamos un poco más y emprendimos el camino.
CANAL DE BEAGLE Y FARO LES ÉCLAIREURS.
Una de las excursiones ideales para empezar a descubrir el Fin del Mundo es la que se realiza a bordo del catamarán que navega sobre las aguas de la bahía de Ushuaia hasta el canal de Beagle.
La embarcación parte desde el muelle turístico. Al alejarnos de la costa, se reveló la silueta de la ciudad y de sus fieles custodios: los montes Olivia y Cinco Hermanos. Puertas adentro, el chocolate caliente y las caras de asombro y contemplación eran moneda corriente durante las dos horas que dura este paseo, por el canal que comunica las aguas del océano Pacífico con las del Atlántico.
Navegando hacia el Faro Les Éclaireurs, pasamos por la Isla de los Lobos y la de los Pájaros; allí ambas especies retozaban en la superficie pedregosa. Al acercarnos, los colores estridentes del atardecer, las aguas del Beagle y el perfil del faro de 11 m. de altura conformaban una postal idílica de las primeras horas al sur del sur.
En tanto los flashes y las "selfies" se sucedían sin tregua, mientras tanto la guía insistía: "Este no es el Faro del Fin del Mundo que inspiró a Julio Verne. Aquel, llamado San Juan de Salvamento, estaba en la Isla de los Estados y fue el primero de nuestra patria. Si visitan el Museo Marítimo y del Presidio, podrán ver una reconstrucción".
Por otra parte, nos explicó que Ushuaia significa "bahía que penetra hacia el poniente" y que proviene de la lengua yámana, originaria de los primeros habitantes de las costas del canal de Beagle. Además, por su ubicación estratégica, es considerado el punto natural más cercano a la Antártida y un relevante puerto de cruceros.
MUSEO MARÍTIMO Y DEL PRESIDIO.
Con ganas de seguir ahondando en la historia del rincón más austral del orbe, nos dirigimos hacia el edificio del expresidio, que dejó de funcionar como cárcel en 1947 y hoy alberga varios museos, como el del Presidio, el Marítimo y el Antártico; además de una galería de arte.
Jorge, un experimentado guía del museo, nos acercó de un modo didáctico y grato a la historia de la prisión.
De esta manera, supimos que el primer grupo de convictos llegó a Ushuaia en enero de 1896 a bordo del buque 1° de Mayo, ya que el objetivo era colonizar la ciudad con penales. Llegaron también presos voluntarios –entre ellos, 9 mujeres–, así como los convictos procedentes del presidio militar que funcionaba en la Isla de los Estados y que, por cuestiones humanitarias, fueron trasladados a Ushuaia.
Una vez en la ciudad, se asentaron en casas de madera y chapa, hasta que en 1902 comenzó la construcción del edificio, que, con los propios convictos como mano de obra, se terminó de construir en 1920. El resultado fue un recinto con cinco pabellones y 380 celdas.
Nos detuvimos un rato en el ala que reconstruye los calabozos, en cuyos muros resuenan escalofriantes historias, como la del Petiso Orejudo o la de Simón Radowitsky, "el mártir de los anarquistas", quien protagonizó un escape al mejor estilo cinematográfico, pero fue atrapado cuatro días después en territorio chileno.
Un pasillo interminable, flanqueado por varias celdas, es el escenario principal de este pabellón acondicionado para que los visitantes comprendan el día a día de la prisión. Asimismo, en algunos calabozos se recrea la historia de algunos de los convictos más célebres.
Continuamos avanzando y nos invadió una mezcla de sensaciones. Pensábamos en el frío, en los castigos y nos sentimos como bajo vigilancia permanente. Seguramente nos condicionaba el saber que el edificio fue construido bajo los lineamientos del sistema panóptico, cuyo objetivo es tener control sobre cada uno de los sectores.
Al llegar al final del pasillo, nos encontramos con la celda designada a Cayetano Santos Godino, más conocido como el Petiso Orejudo. Fue la más impresionante para los ojos de esta cronista, a tal punto, que no logré traspasar la puerta para observar de cerca y a solas la figura de este célebre niño que mataba niños. Ahí estaba, inmortalizado en una escultura, al igual que otros convictos que pueblan los diferentes calabozos.
Dejamos atrás el presidio y regresamos a la avenida San Martín, eje comercial de Ushuaia, repleta de bares, chocolaterías, rentals de esquí y pequeños centros comerciales libres de impuestos que ofrecen fragancias, cigarrillos y bebidas alcohólicas a muy buen precio. Un rico cafecito nos devolvió el alma al cuerpo y nos dejó listos para seguir adelante.
EN TREN HACIA EL FIN DEL MUNDO.
Para la última jornada nos quedaba por conocer dos grandes atracciones del destino: el Tren del Fin del Mundo y el Parque Nacional Tierra del Fuego.
Salimos muy temprano hacia la Ruta Nacional N.° 3 y recorrimos los 8 km. que nos separaban de la estación Fin del Mundo del Ferrocarril Austral Fueguino. Tanto en la confitería como en el local de venta de recuerdos reinaba la expectativa y se oían voces en varios idiomas. Los guardas, con su atuendo inconfundible, daban indicaciones antes de que los viajeros abordaran la formación.
El tren parte desde el mismo terraplén que recorrieron los presos 100 años atrás para trasladar la leña desde el bosque a la ciudad. De aquel antiguo ferrocarril, se conservan una locomotora y un vagón en el Museo Marítimo. Gracias a la iniciativa de una empresa privada argentina, este ramal volvió a la vida en la década de 1990, cuando paradójicamente, en el resto de nuestro territorio, varios ramales caían en el olvido.
Actualmente, el tren tiene frecuencia los 365 días del año y hace un trayecto de 7 km. Tanto los rieles como los durmientes, las vías y los vagones fueron renovados, y los viajeros disfrutan del bosque fueguino mientras bordean el río Pipo hasta la estación del Parque.
Durante el recorrido, el infaltable chocolate caliente templó la mañana, y pudimos compartir otras delicias locales. Asomados por las ventanillas, pugnamos por capturar el momento Kodak del viaje. Es que, apenas la formación se acercara a una gran curva, podríamos fotografiarla en todo su esplendor y ver la gran columna de humo que brotaba desde la antigua locomotora a vapor. Una de las imágenes de tarjeta postal de finis terrae.
Desde la estación del Parque, sólo hay 2 km. hasta el ingreso al Parque Nacional Tierra del Fuego. Allí, las estribaciones de la cordillera pierden altura y se encuentran con el mar en el canal de Beagle. La costa marina, los lagos, los valles y las turberas son parte de un escenario natural de gran belleza.
Finalmente llegamos a la bahía Lapataia, el único fiordo argentino del canal. Caminamos entre los restos de hielo que se resistían a marcharse. A paso lento pero firme, atravesamos la pasarela de madera y llegamos al mirador, donde la inmensidad era abrumadora: el paisaje nos cautivó y nos sentimos únicos. Estábamos al sur del sur, en el último rincón de la Tierra, donde lo único que podíamos hacer era empezar a subir.
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